No
sé por qué, quizá por mis vestigios de infancia, que no pierdo nunca,
siento una atracción fatal hacia la literatura infantil. No he dejado de
comprar libros para niños, y creo que terminaré abocada a abrir una biblioteca infantil, aunque sólo sea para tener un sitio donde guardarlos.
A veces los compro con la excusa de que es un regalito para... pero
termino quedándomelo o regalándome otro ejemplar, como sucedió con Las
lavanderas locas. Pocas veces me he reído tan a mandíbula batiente como
con este libro. Lo abrí con Judith (que tampoco ya tenía edad para los
que eligen las editoriales como destinatarios de estos libros), nos
pusimos a leerlo, con lágrimas en los ojos, página sí y página también.
Me dolía todo. Era sorprendente, chocante, hilarante, con huida
trepidante... cualquier -ante. Nos lo pasamos de miedo intentando
averiguar quién de ellas respondía a qué nombre (y nos equivocamos). En
un momento determinado, cuando aparecen los que serán sus partenaires,
vaticiné quién iba a ser la pareja de quién y, afortunadamente... ¡me
equivoqué! Los autores formaron las parejas como les dio la gana, sin
obedecer a estereotipos, lo cual supuso una nueva fuente de carcajadas.
Es tremendo. Lo recomiendo. Cada vez que hablamos de libros divertidos,
éste fue tan inolvidable, que a las dos es el primero que nos viene a
los labios.
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